La vida se mueve sin parar y eso es lo que la define; el movimiento es lo que define también al cine.
El cine como la vida se mueve y no finaliza con los créditos finales de una película.
Lidia en Tshweesh camina por Beirut después de que caminara por Milán en La Notte de Antonioni en 1961, y al igual que Lidia se sentía nostálgica en el antiguo barrio de Milán en aquel entonces, Lidia camina y teme por los antiguos edificios de Beirut ahora. Cuando Lidia yergue su vista y observa los aviones en el cielo de Milán en 1961, no sabe que muchos años después caminará por Beirut y verá en su lugar aviones israelíes.
En Tshweesh acompañé a Lidia, como ser humano y como artista, me llevó a mí misma y a la gente con la que me crié, a la ciudad que se erguía y se enfrentó a los más temidos “siempre”.
Lidia camina en Beirut y estamos en su camino, junto con ella nos despedimos de una vieja casa, de sus recuerdos colectivos, de los sentimientos y de una vida que antes habitaba allí.
Desde los tejados vemos a Lidia en el suelo, una ciudadana en su ciudad.
Desde allí arriba el cine se adentra en un Beirut animado que espera impaciente las alegrías del Mundial de fútbol.
Allí arriba el cemento sólido se yuxtapone con cielos etéreos, allí los humanos hacen que el hormigón sea suave y vivo.
Pero la vida exuberante será perturbada…
Esa perturbación, ese son de la próxima agresión hacen que los cielos sean claustrofóbicos.
Frustración… tensión…
El inevitable sucede, una vez más.
Pero la ciudad de mi inspiración es siempre resiliente. De nuevo y una vez más, se levantará y verá otro ataque pasar y marchar para siempre jamás.