¿De dónde vino la necesidad de hacer esta película?
Cuando hago una película lo que yo siempre busco es transformarme con ella. Que me sirva de montura para «viajar», en diferentes niveles. Tuve por campo de estudio y de práctica el Sufismo, gracias al cual disfruté de viajes, encuentros y experiencias que de alguna manera fueron transformadoras para mi. También quería conocer el sur de Marruecos, donde he vivido los últimos años, muy cerca de las localizaciones de la película. Tenía ganas de filmar estos espacios, de filmar a mis amigos…
Su película trata más de la fe que de la religión…
Lo dice como si fuera un problema tratar de la religión y en parte le entiendo. Creo que mi película trata ambas dimensiones de manera equilibrada, la esotérica y la exotérica, la interior y la exterior. Pertenezco a una generación cada vez más des-acomplejada con respecto a lo sagrado, que sabe ir a la esencia de las religiones sin dejarse impresionar por sus contradicciones exteriores. Pero es cierto que hay un pudor moderno que parece obligarnos a diferenciar entre fe, religión y espiritualidad, bastante peligroso. Y esto también se ve en la creación artística, para mi un tipo de acto religioso, pero que parece estar cada vez más en decadencia cínica.
Yo quería hacer una película religiosa, a sabiendas de que era una misión algo suicida… Traté de ir a lo esencial, tanto en el guion como en la construcción de las imágenes. Creo que ello ha hecho que la película pueda hablar a públicos de diferentes culturas e ideologías, Mimosas es una película muy des-territorializada. Por eso me gusta cuando dicen que es un western religioso, ya que el significado etimológico de la palabra religión es «religar», recordar el origen compartido de todo lo que existe. Bueno, es más bien un «eastern», ya que los personajes de Mimosas viajan hacia el este… Es una película de aventuras físicas y metafísicas. La caravana viaja físicamente a través de las montañas, allí los personajes son perseguidos, se pierden, se pelean… pero el viaje es principalmente interior, como una suerte de peregrinación.
¿Cuál fue su intención al utilizar esos viejos taxis que cruzan el desierto?
Hablar de mis intenciones sería negar el poder de las imágenes y del cine, sería poner la película a mi altura, cuando precisamente el cine y las imágenes siempre van más allá del propio autor, que es un simple intermediario. Un aforismo de Cioran me acompañó a lo largo de la creación de Mimosas: «Entre la exigencia de ser claro y la tentación de ser oscuro, imposible decidir cuál merece mayor consideración». Por supuesto, como cineastas y comunicadores tenemos la exigencia y la responsabilidad de ser claros con el espectador, de servirle. Pero es precisamente el atender a este sentido de la responsabilidad y del servicio el que me ha empujado a confiar en las imágenes y a dejar muchos aspectos del film en la sombra. Porque el efecto de las imágenes en el espectador es verdaderamente misterioso, más allá de la historia que nos cuenta la película… Todos sabemos que estas imágenes pueden transformarnos en cuestión de segundos, todos lo hemos experimentado en una sala de cine. Y a todos nos habitan imágenes desde hace años, (algunas más benéficas que otras, eso sí). Yo quería hacer una película cuyas imágenes acompañaran al espectador más allá de la proyección, más allá de las emociones instantáneas, superficiales y volátiles que muchas veces tenemos en el cine. No sé si es lo que sucede con las secuencias de los taxis pero esa era mi intención. Creo que cuando hemos rodado esas imágenes había en el set tal nivel de caos y tal aparente descontrol que permitió que la película se hiciera a sí misma, y que algo de ese misterio del que hablo habitara nuestras imágenes, algo inefable e imposible de explicar. Muchos espectadores no entienden qué representan esos taxis, pero si sienten que son algo diferente a lo que entendemos por taxis, algo extraño y lejano. Y me gusta que sea así. Que muchos espectadores hayan entendido de manera muy natural que Mimosas es una película que no hay que entender me llena de felicidad como cineasta. Porqué en general somos todos espectadores muy cartesianos, nos pasamos las películas peleando contra nosotros mismos en vez de sentirlas y dejarnos llevar.
Al mismo tiempo su película es una fábula, una historia épica en donde sus personajes sienten la fe y hablan directamente sobre ella.
Es cierto. Shakib lo hace mucho. Su condición de «idiota» permite que pueda decir cualquier cosa, uno puede decidir si tomárselo en serio o no. Era para mi la mejor manera de poder hablar de religión abiertamente, su “locura” nos protege de las miradas escépticas o pseudo-modernas. «Debes tener fe», le dice a Ahmed cuando la caravana atraviesa las gargantas de las montañas del Atlas en busca de una vía de paso. «Si las mulas no pueden pasar a través del camino, entonces volarán…», añade. Para Shakib siempre hay una solución, aunque sea loca o milagrosa. La aceptación positiva de los problemas es una forma de fe. Pero a pesar de que sus palabras hablan acerca de la fe, son más bien su determinación, su gracia e inocencia las que transmiten una idea, o un sentimiento de lo que es la fe. Lo divino o lo inefable se manifiesta a través de la paradoja de las imágenes, pero lo hacen también a través del amor.