El panorama tecnófilo y tecnófobo en la actualidad dibuja diversas posiciones en torno al binomio cultura/naturaleza, que oscilan desde la admisión única de uno de sus términos hasta la disolución definitiva del binomio por identificación de sus partes. Muy a grandes rasgos este es el marco conceptual del que parto para el desarrollo del guión de no-ficción que estoy desarrollando con la productora coruñesa Zeitun films. Una fábula no binaria en clave romántico anti-apocalíptica bajo el nombre provisional “Memoria de Anxos_Mise Abyme” en la que, de manera no lineal, asistimos al juego de relaciones aparentemente antagónicas que José Luis, el protagonista de la película, mantiene consigo mismo y con el contexto por el que transita. Inmerso en un supuesto estado de desavenencia y melancolía, J.L decidirá poner tierra de por medio a aquellos organismos y personas -incluso seres queridos- que insisten en defender la pervivencia del estado humano natural persuadiéndole -de manera explícita o entrecubierta- a rehuir de cualquier intervencionismo tecnológico posible.
Como piedra de toque, José Luis emprende un viaje bajo la consideración de que el binomio que otros tratan de admitir desde una única perspectiva, para él, resulta indisoluble. A partir de entonces José Luis cabalgará a lomos de un caballo fluorescente guiado por la seductora voz de una afamada cantante de música ligera que, en repetidas ocasiones, le susurrará aquello de: “cuando tu vas, yo vengo de allí ”. Sobre un globo de plata, recorrerá valles, colinas, ciudades y escombros. A ratos, dormirá en algún vagón de metropolitano, acompañado de “entes de barro” que le facilitarán -sin aparente propósito- pasear entre las actuales ruinas de la academía de un afamado filósofo ateniense, para poco después, verse al volante de un imponente coche de competición, transportando diez garrafas de aceite, varias gallinas y un contador de nueva cronología. Momentos y circunstancias en los que los espacios de la memoria de José Luis -como de quienes atienden a esta situación- se irán cubriendo poco a poco de un sustrato que terminará constituyendo una amalgama de emplazamientos, nombres, diálogos, situaciones, que nos resultarán terriblemente familiares y que, gradualmente nos permitirán comprender que el punto del que parte la historia, como el ecuador y el final de la misma, son un legajo de situaciones y contextos pre producidos con anterioridad. José Luis, consciente de ello, decidirá transitar en dirección contraria a la línea del tiempo establecida en su guión. Es decir, su viaje, será un viaje de vuelta. Un tránsito desde el desenlace de la historia hasta el inicio de la misma. Como quien retrocede sobre sus pasos, se enfrentará directamente a su “puesta en abismo”. Será consciente de estar atravesando a lo largo de “su yo manuscrito” o si se prefiere, a lo largo de “su yo antiguo”. Un “yo” que, sin duda, conservará las huellas de una escritura anterior. Parecerá como si J.L quisiese borrar expresamente aquello que “se sabe ya dicho” para dar lugar a lo que “ahora existe” o viceversa, lo que ahora existe, parecerá lo anteriormente dicho. Palimpsesto espacio-tiempo enmarañado de mitos y anti-mitos. Un cúmulo y entresijo de sustancias y claro está, como todo ser que decide volver sobre sus pasos, entre cualidades de dos aspectos, José Luis, terminará tropezando consigo mismo. Ahora vaquer⌁ al que le meten cuatro tiros, ahora eremit⌁ silenciosa que anda en la procura del verdadero amor. El amor de una exota de vida nómada y errática que transita sigilosamente por Rotermani, el mismo complejo fabril por el que décadas atrás, mucho antes de que él pasase, Stalker ya lo hacía. “La zona”, es ahora la “La guarida del Lobo», aquel cuartel-refugio de Hitler, donde cuentan que los caminos están repletos de “cenizas y diamantes”. Allí, entre ruinas, vegetación y escoria, José Luis, creerá haber encontrado a su amor, un amor que en pocas horas se derrumba como cuando uno siente que sus certezas comienzan a convertirse en dudas. Dudas que parecen encontrar algo de alivio al recorrer el lugar donde ⌁ protagonista, en el minuto 1:09:29 decidía leer un poema:
“A menudo, eres como una antorcha brillante, con andrajos ardientes a tu alrededor, al arder, no sé si las llamas traerán libertad o muerte, o si todo lo que es tuyo desaparecerá. ”
Como quien busca una estrella en el alba, José Luis sumergirá su cuerpo entre las aguas del lago Masuria en busca del cuchillo que, aseguran, hay bajo el agua. De vuelta a la superficie, abatido sobre el borde de un precipicio, con la mirada perdida de un rebelde que, se ve y se siente, sin causa, José Luis repara que tanto el despeñadero como el mar que ahora avista, no son como creía recordarlos. Parecen estar compuestos de un nuevo tiempo. Un tiempo en forma de voz, una voz que le confesará no saber cuándo ni dónde fué que, una pareja de relojeros, decidió constituir un reloj/contador que permitía contabilizar todo el tiempo de ficción producido por la humanidad. A su vez, la voz confesará a J.L que la construcción de aquel artefacto comportó dos razones principales. Una, saber que se siente cuando uno ama a un ser querido y la otra, comprobar estupefactos que, cada minuto que consumimos en nuestra realidad, la industria del cine produce tres. 1-3…desde entonces, hasta ahora, algo está cambiando; 1-3 … Desde entonces hasta ahora el amor de aquellos relojeros quedó trastocado por el tiempo. Frente a ellos, el mismo mar y el mismo acantilado en el que José Luis abatido, sigue contemplando entre los muchos telones de fondo que existen en la “fábrica de sueños” de Potsdam, cerca de Berlín. Allí, arrodillado en el suelo de los estudios cinematográficos de Babelsberg, rodeado por un set que recrea un piélago y un precipicio. Allí, donde a escasos metros de él, Thea Von Harbou y Fritz Lang escribieron Metrópolis, José Luis permanecerá postrado frente a ese gran set-escenario y se dirá: “En Metropolis corría el año 2026, en Memoria de Anxos a saber… el Jardin de los senderos que se bifurcan son imaginarios” Próximos a él, su caballo fluorescente y su deportivo. Animal-máquina-persona, ilustran a la perfección el retablo binomial que es el paso por este mundo; entre lo aparentemente falso y lo aparentemente real, existe una Metrópolis; entre lo uno y lo otro; el contínuo avance del mito de Proteo. Los espacios de la memoria de José Luis se irán cubriendo poco a poco de nombres, lugares y situaciones que, al ordenarse al acomodarse unos con los otros, al establecer relaciones cada vez más numerosas, no habrá ni un instante aislado entre ellos. Cada una recibirá de las otras su razón de ser, al tiempo que terminará de imponer la suya. Al fin y al cabo los recuerdos por los que transita José Luis, son recuerdos que se despliegan y se amontonan, como quien transita entre los escombros de una ruina tan auténtica como verídicamente irreal; tan irreal, como posible.
José Luis y nosotros, nosotros y José Luis entre, por y a través de la ambigüedad inherente al par constituido entre aquello que afirmamos vehementemente como realidad, frente a aquello otro que afirmamos con el mismo ímpetu constituirse como ficción o lo que es lo mismo, atrapados entre la impotencia que produce el ser conscientes que, para definir cualquier cosa, hecho o persona, aquí en este mundo, solamente empleamos dos categorías. Mientras se pliega el telón de fondo José Luis se preguntará: ¿dé qué está compuesta mi existencia?
Allí, entre las líneas de lo real y lo ficticio, pronto comprenderá que se encuentra en el epicentro del drama, es decir en el área de perturbación donde confluye el par cultura/ naturaleza. Abrumado, entre tubos de mecanotubo, focos de luz y motivos decorativos, será consciente de estar en el punto exacto en el que se entrecruzan los pasajes y los hechos de aquello que entendemos como naturaleza con aquellos otros hechos de lo que creemos cultura. Será allí, rodeado entre la imaginería de los estudios cinematográficos ideados bajo una República de Weimar. Sí allí, donde el régimen nacionalsocialista bajo la dirección del ministro de propaganda Paul Joseph Goebbels llevó a cabo sus planes culturales, allí, donde unos años más tarde, el régimen militar soviético terminaría desarrollando también su programa cultural. Allí en Babelsberg; ahora Filmpark. Vasto parque cinematográfico repleto de instalaciones con infinitas atracciones y múltiples proyecciones, cines dinámicos 3D y museos didácticos. Allí y no en otro sitio José Luis advierte que no la han permitido conceptualizar nada sobre si mismo, más bien que todo lo vivido hasta el momento ha sido definido y constituido por la necesidad que sienten otros por etiquetar. Un etiquetado basado en categorías simples que permite obviar la diversidad que conlleva estar y ser alguien – o algo- en este mundo. Paradójicamente será el binarismo bajo la que opera la industria del cine, la que termine empoderando a José Luis y le permita distanciarse definitivamente de él. No sin antes escuchar a todos los implicados en el desarrollo y producción de su historia, insinuarle estar cometiendo un grave error.
Finalmente, al margen de cualquier curva dramática, lejos de las neurosis propias de cualquier ser que busca respuestas inmediatas, a miles de kilómetros de expertos en narrativa y gestión cinematográfica. Fuera del rango del especializado que determina si lo ocurrido es un drama o un Psycho Thriller, una comedia romántica o una serie de los Alcántara. José Luis, conseguirá desanudar por completo su historia para pasar a constituirse en un ente inmerso en la producción de un artefacto cinematográfico no binario y libre de ego. Ahora, una vez conseguido, faltará saber si, aquel que lo observa, es decir tú, decide hacer lo que José Luis, convertirse en una pieza compacta fuera del mundo bipolar e incorporarse a él bajo otro nombre; pongamos el que verdaderamente te corresponde; cyborg que no héroe.